Para la reunión-seminario sobre descrecimiento en Cuernavaca, Mor: 21-23 agosto 2009
Miguel Valencia Mulkay
Pocos países en mi opinión tienen hoy en día frente a sí tan clara disyuntiva, como México, entre la recesión y el descrecimiento; entre seguir con el persistente aumento en la miseria, la violencia, la migración, el autoritarismo, el desquiciamiento cultural y ambiental en el que ha vivido nuestro país o transitar rápidamente hacia una sociedad post desarrollista, en descrecimiento y crecientemente más justa, pacífica, creativa y respetuosa con la naturaleza. La economía mexicana no tiene remedio desde hace cuando menos 20 años. Sus veranillos económicos han sido rápidamente seguidos por mayores desgracias financieras y económicas y han favorecido sólo a inversionistas extranjeros y a los monopolios que padecemos. Aplicar políticas de descrecimiento equitativo, para reducir radicalmente el consumo de electricidad o el agua; o el uso de supercarreteras, entre muchos otras reducciones, darían un gran respiro a México y no vería mucha dificultad en llegar en cierto tiempo a esta nueva sociedad, sin embargo, la cercanía de México con EUA; los acomodos geopolíticos derivados del fin del petróleo, agua, metales, maderas y otros dones de la naturaleza, baratos; la inversión española, inglesa y japonesa; el deterioro cultural impuesto por la escolarización, los medios y el consumismo, entre otros aspectos hacen bastante más complicada esta posibilidad.
La crisis económica brutal que sufre México, la más importante cuando menos en el ultimo medio siglo sino tal vez de su historia, es no sólo un gran momento para que los poderosos recompongan a su favor la tiranía económica que hemos vivido en las ultimas décadas, por medio de tratados y acuerdos internacionales y otras acciones internas, pero también es un gran momento para impulsar el descrecimiento, como la gran alternativa para los mexicanos y, desde luego, para el mundo, si consideramos la debilidad persistente de la economía mexicana, la caída en la extracción de petróleo, el gran desaliento, confusión y malestar que priva en nuestro país y la notoria incapacidad frente a esta crisis del sistema político mexicano. Los próximos años pueden traernos situaciones políticas y económicas extremas, estallidos sociales que pueden crear bifurcaciones muy importantes para México.
En estos días, virtualmente todos los empresarios, políticos y académicos mexicanos convocan, foros, seminarios y grupos de estudio dedicados a encontrar las mejores formas de volver al crecimiento económico, al desarrollo y modernizar con mayor rigor al país; casi todos quieren más libre comercio, más inversión extranjera y del Estado, más rescates de empresas, más ventas de autos, mayor inversión en carreteras, presas, puertos, torres, complejos, trenes suburbanos, líneas de Metro, más inversión en desarrollos científicos y tecnológicos, en la agroindustria, en el turismo. Crecer, crecer, crecer, como única salida a esta crisis es el mantra que repiten todos los días. La historia de los últimos 25 años revela que estas políticas han conducido a México al desastre político, económico, social y ambiental. Hace mucho tiempo México perdió la capacidad de adoptar decisiones que le beneficien: las universidades, gracias a demasiada excelencia académica; las empresas, gracias a su magnífica productividad de clase mundial y los gobiernos, gracias a los estudios de sus funcionarios en Harvard, Yale y Oxford, perdieron creatividad, orientación y sentido de la realidad. El dogma neoliberal penetró en todas las instituciones públicas y privadas y en todos los partidos, y ahora resulta muy difícil liberarlas de esta enfermedad que parece terminal. México está ahora en la mayor postración económica, política y social de la época moderna, luego de muchos años de grandes esfuerzos de empresas, gobiernos y universidades, con la mira puesta en lograr una alta tasa de crecimiento económico.
Por su parte, Obama, Merkel, Brown, Sarkosy, Harper, el G-8, el G-20, Japón, China, India, Brasil, todos ellos realizan reuniones, encuentros, con el mismo fin: encontrar el camino para volver a crecer en forma ¡horror!“sustentable”. Comprometen fantásticas sumas de dinero al rescate de bancos, empresas y hasta de deudores menores, impulsan programas para la reactivación del consumo; facilitan la compra de autos y casas; promueven por doquier la venta de armas y tecnología de seguridad; endurecen las penalidades a la migración de países empobrecidos; rescatan a Keynes, como gran guru de las crisis mayores de la economía; buscan asegurar militarmente su futuro abasto de petróleo, entre otras maneras de impulsar su crecimiento económico. El libre comercio y la globalización ahora cambian de sentido, pero permanece la firme voluntad de buscar el crecimiento económico, sin que importen los costos sociales y ambientales de estos relanzamientos de las grandes economías mundiales. Los restos o si se quiere los pletóricos depósitos del petróleo, metales o la gran biodiversidad o los dones de la naturaleza de México y de los países vulnerables son muy codiciados por estos países poderosos que por medio de estratagemas de seguridad y cooperación, quieren asegurar su futura explotación hasta su próximo agotamiento.
En este ambiente económico, político y cultural tenemos que buscar el descrecimiento en México, en cada hogar, ejido, barrio, colonia, pueblo y ciudad, a contra corriente de poderosos mitos sociales cultivados por universidades, gobiernos y grandes empresas, con la convicción de que el crecimiento económico, el aumento del Producto Interno Bruto, destruye eficazmente el futuro de los mexicanos; que la construcción de supercarreteras, presas, vías rápidas, torres, unidades habitacionales ARA, GEO, líneas del Metro, acaba con la ecología y la convivencia de los mexicanos; que la extracción de petróleo empobrece a México; que Monsanto y los agro negocios matan la biodiversidad, el volumen y la calidad de nuestra alimentación; que Coca Cola, Nestlé, Wal Mart, Mac Donalds, desquician nuestra salud y economía; que el consumo de agua embotellada, los trasvases como el de Cutzamala, las grandes bombas y tuberías, los drenajes y el excusado inglés con agua potable, ponen en grave riesgo el futuro del agua limpia, potable. Las aportaciones tecnológicas de la modernidad resultan cada día mas negativas y peligrosas para la subsistencia, en México y en China. La sociedad industrial, como la sociedad de los servicios o de los sistemas técnicos, fundadas en la economía y en la tecnociencia, van al fracaso y nos llevan a la catástrofe.
Ante el aumento de la violencia en México y en el mundo, son necesarios cambios muy radicales en nuestra actitud frente a la economía y el cambio científico y tecnológico; necesitamos fortalecer nuestra resistencia personal y colectiva frente a la propaganda y la publicidad; frente a una política económica que busca cargar a los más débiles los costos de la crisis económica y del regreso del crecimiento económico; frente a los estallidos sociales que podrían ser más frecuentes por el pico del petróleo y el cambio climático; es perentorio establecer cambios en nuestra vida cotidiana, para reducir el trabajo alienante y el consumo de productos industriales, para limitar nuestra dependencia de la tecnología moderna; y también, es urgente denunciar las falsas soluciones a nuestros problemas; estudiar la genealogía o la historicidad de los conceptos que manejamos; establecer límites simbólicos personales , sociales y ambientales, eliminados por el pensamiento económico que tortura al mundo desde hace 300 años; descubrir los saberes de subsistencia avasallados por más de 500 años de sometimiento a la civilización occidental y sobre todo: descolonizar nuestro imaginario de la religión de la economía y de la tecnociencia, para re encantar nuestro mundo personal y colectivo. Es preciso salir de la domesticación, del servilismo voluntario, de la vida gris, despersonalizada, de la droga del consumo y los ciclos de endeudamiento, de la des diferenciación, de la fabricación de los mismo, de la muerte. Hay mucho que hacer:
RECHAZAR LA IDEOLOGÍA DEL PROGRESO
La ideología del progreso destruye las identidades al favorecer el colonialismo o el modelo único o una cierta “normalidad” que supone es superior y que deja al resto del mundo como copias o formas retardatarias. La ideología del progreso ha formado la civilización occidental que es una cultura de la supremacía, hoy en crisis; todas las civilizaciones han sido más o menos bárbaras, pero el fin de esta civilización occidental es necesario para salvar a la humanidad. La idea de la “progresividad histórica”, parte de esta ideología, es una aberración que debemos eliminar del debate político. La ideología del progreso conduce al imperativo mimético, a la uniformidad y a la destrucción de la diversidad cultural. Esta ideología se ha enraizado posteriormente en el culto a las ciencias y las técnicas , a causa de su papel en la economía. Según este culto, todo puede ser resuelto por la tecnociencia y no es necesario ya hacer esfuerzos personales o colectivos para cambiar el mundo. El complejo tecno-científico toma cada día más importancia por su alianza con el poder económico y político y se emancipa del control social: tiene una autonomía perversa que conduce al desastre. La ideología del progreso conduce a una sociedad técnica que asfixia al ser humano, lo vuelve un engranaje de lo que Ellul llama: la megamáquina y lo hace vivir con enormes riesgos, como la explosión nuclear o peor aun: la “nube” nanotecnológica. La tecnología destruye la autonomía del ser humano, le hacer perder el sentido de la vida y lo acerca a la catástrofe. La descolonización del imaginario implica, desde luego, la desmitificación de las ideas del progreso o desarrollo, entraña abjurar de la religión de la economía y del culto a la ciencia y la tecnología.
TERMINAR CON EL CONSUMISMO
El consumismo ha sido denunciado por muchos estudiosos del siglo XX, como la fuente de la degradación moral de nuestra época y de la destrucción ecológica de la Tierra. No obstante, la publicidad y la mercadotecnia trabajan día y noche para colonizar el imaginario, para multiplicar los temores y los deseos de los ciudadanos; la escolarización induce desde temprana edad la adaptación a una vida consumista; el consumo de lo cotidiano: autos, celulares, ropa de marca, restaurantes, diversiones, crean falsas identidades y permanente insatisfacción. La llamada Sociedad del Espectáculo está cada día más presente en los hogares, en los lugares de trabajo y diversión, y en cualquier rincón del país: es omnipresente. Lamentablemente, en su mayor parte pobres y ricos comparten los mismos valores: todos quieren más dinero, más poder y más tecnología que consumir. Hay un desfondamiento mundial de la persona humana derivado del crecimiento económico que conduce a la violencia intrafamiliar, a la violencia en el trabajo, los deportes, la diversión; un desfondamiento que conduce al suicidio, la depresión, la obesidad, la diabetes, al cáncer, al consumo de drogas, a la animalidad sexual, a los feminicidios, y a los deportes extremos. La crisis de la cultura, de la persona humana, conduce a la destrucción de las culturas indígenas y a la muerte de muchas lenguas; entran en crisis los lenguajes: cada día se utilizan menos palabras, ya las palabras no se interponen entre las pulsiones y los actos.
ACABAR CON LA SOCIEDAD DEL TRABAJO
El trabajo es cada día mas doloroso, desagradable y alienante en México y en la mayor parte del mundo: los patrones quieren recuperar el crecimiento económico reduciendo los salarios radicalmente y aumentando las horas de trabajo; quieren “flexibilidad laboral”. El trabajo se vuelve canibalístico - empleo que come empleo- globalizado- en cualquier lugar del mundo y walmartizado-bajo sueldo y 16 horas de trabajo. La vida del trabajador se convierte en un circulo infernal: cama- microbus- metro- camión- trabajo- camión-metro-microbus- cama . Cada día el trabajador tiene menos tiempo libre para estar con sus familia, cultivar su espíritu o divertirse Se le obliga a hacer un rodeo económico: trabajar para comprar los alimentos, vestimentas o vivienda e impedirle cultivarlos personalmente o fabricarlos colectivamente. No obstante, cada día hay menos oferta de empleo asalariado en México y en el mundo y cada día más personas se ven obligadas a vivir en la economía informal; sin embargo, el aumento del desempleo es acompañado invariablemente por el aumento en la represión y en la delincuencia: la sociedad moderna exige más tiempo dedicado al trabajo desagradable que las sociedades pre-industriales; en el paleolítico se requerían, según los estudios de Marshall Shalins, no mas de dos horas diarias, para cubrir las necesidades básicas del ser humano. El empleo asalariado crea una fractura social que destruye la solidaridad social con los más pobres y fortalece al sistema capitalista.
RELOCALIZACIÓN
Las técnicas utilizadas por el capitalismo han sido principalmente técnicas de dislocación, de desplazamiento de la mano de obra por medio de la esclavitud y la migración, de instalación cercana a las fuentes de energía. El culto a la velocidad de la sociedad moderna es el símbolo de este proceso. Necesitamos volver a la comida lenta, a la vida lenta, al menor uso de los transportes y al consumo y a la producción de alimentos en la cercanía; necesitamos recuperar la vida en la comunidad territorial; recuperar la vida artesanal y campesina El gran enemigo a vencer es el Libre Comercio o la Globalización: es muy importante denunciar las mentiras que se dicen en estos temas con relación a las libertades y a las economías.
DENUNCIAR LAS FALSAS SOLUCIONES
La primera de todas: el famoso Desarrollo Sustentable, la gran impostura de los gobiernos, universidades y de muchos ambientalistas; no hay soluciones a nuestros problemas ambientales en la ciencia y la tecnología que conocemos; no la hay en los sistemas técnicos, en la disminución de la intensidad energética, en los mercados de carbón, en el socialismo con petróleo o energía nuclear; en la desaceleración de la economía; en la productividad; en la idea de la abundancia de petróleo, metales y otras riquezas naturales; en las ventajas de las privatizaciones: El Libre comercio es otra de las falsas soluciones.
IMPULSAR UN MOVIMIENTO CIUDADANO POR EL DESCRECIMIENTO
Los convoco a adoptar la “simplicidad voluntaria” o vida frugal; a auto limitar nuestras necesidades de transporte, de instrumentos, de equipos, de alimentos y de otros consumos.
Los convoco a realizar experimentos colectivos: cooperativas, cultivos urbanos, escuelas alternativas, comedores comunitarios, ayudas mutuas, redes de intercambio, zonas autónomas temporales, contracultura, pueblos o comunidades de transición; tratemos de coexistir en dos modelos de sociedad. No importa que fracasen, hay que seguir ensayando.
Los convoco a participar en movimientos políticos contra megaproyectos, contra los transgénicos, por el abstencionismo o por el voto nulo. No esperemos la pedagogía de la catástrofe. Los convoco a impulsar el descrecimiento en México, en la casa, barrio o ciudad.
¡DESCRECER ALEGREMENTE!
México DF 21 de agosto de 2009
El descrecimiento es la punta de lanza de un importante número de propuestas que apuntan a un cambio en la forma de vivir de todos los habitantes del planeta ante la actual incertidumbre social, económica y medio ambiental. El objetivo de este blog es abrir un espacio a los comentarios y a la difusión de propuestas que permitan comprender algo elemental: no se puede ya crecer en un mundo finito, y con ello derribar el fetichismo del crecimiento.
26 de agosto de 2009
10 de agosto de 2009
Por una Sociedad de Decrecimiento
SERGE LATOUCHE: sobre el descrecimiento
Este artículo habla de decrecimiento. Para el autor del artículo, el crecimiento económico, lleva en sí mismo el germen del caos. No hay otra solución que el decrecimiento. Parece una utopía, ciertamente, pero el concepto tiene el mérito de llamar la atención sobre algo que se lleva diciendo desde hace cierto tiempo: hay que bajar el pistón. Un desarrollo sin límites nos lleva a la catástrofe. El argumento parte del análisis de la realidad. Los límites del crecimiento están trazados por la misma biosfera: Después de algunas décadas de derroche frenético, parece ser que entramos en la zona de las tormentas en sentido literal y figurado… El desorden climático viene acompañado por las guerras del petróleo, a las que seguirán las guerras por el agua, pero también posibles pandemias, desaparición de especies vegetales y animales esenciales, raíz de catástrofes biogenéticas previsibles. En estas condiciones, la sociedad de crecimiento no es sostenible, ni deseable. Es pues urgente pensar en una sociedad de "decrecimiento" en lo posible serena y amigable".
Agustín Arteche
El 14 de febrero de 2002, en Silver Spring, frente a las autoridades estadounidenses de meteorología, George Bush declaraba lo siguiente: El crecimiento es la solución, no es el problema". "El crecimiento es la clave del progreso ecológico, porque provee los recursos que permiten invertir en las tecnologías no contaminantes".
En el fondo esta posición "pro-crecimiento" es igualmente compartida por la izquierda, e incluso por muchos alter-mundialistas que consideran que el crecimiento es también la solución del problema social porque crea empleos y favorece una distribución más equitativa.
Después de algunas décadas de derroche frenético, parece ser que entramos en la zona de las tormentas en sentido literal y figurado… El desorden climático viene acompañado por las guerras del petróleo, a las que seguirán las guerras por el agua, pero también posibles pandemias, desaparición de especies vegetales y animales esenciales a raíz de catástrofes biogenéticas previsibles.
En estas condiciones, la sociedad de crecimiento no es sostenible, ni deseable. Es pues urgente pensar en una sociedad de "decrecimiento" en lo posible serena y amigable.
Cabe definir a la sociedad de crecimiento como una sociedad dominada precisamente por una economía de crecimiento, y que tiende a dejarse absorber en ella. El crecimiento por el crecimiento se convierte así en el objetivo primordial, si no el único de la vida. Semejante sociedad no es sostenible, ya que se topa con los límites de la biosfera. Si tomamos como índice del "peso" ambiental de nuestro modo de vida, "su huella" ecológica en superficie terrestre necesaria, obtenemos resultados insostenibles tanto desde el punto de vista de la equidad en los derechos de absorción de la naturaleza como desde el punto de vista de la capacidad de regeneración de la biosfera. Un ciudadano de Estados Unidos consume en promedio 8,6 hectáreas, un canadiense 7,2, un europeo medio 4,5. Estamos muy lejos de la igualdad planetaria y más aún de un modo de civilización duradero que necesitaría restringirse a 1,4 hectáreas, admitiendo que la población actual se mantuviera estable.
Para conciliar los dos imperativos contradictorios: el crecimiento y el respeto por el medio ambiente, los expertos piensan encontrar la poción mágica en la "ecoeficiencia" pieza central y a decir verdad única base seria del "desarrollo duradero". Se trata de reducir progresivamente el impacto ecológico y la amplitud de la extracción de los recursos naturales para alcanzar un nivel compatible con la capacidad admitida de carga del planeta.
Si nos atenemos a Ivan Illich, la desaparición programada de la sociedad de crecimiento no es necesariamente una mala noticia. "La buena noticia es que, no es necesario evitar los efectos secundarios negativos de algo que en sí mismo sería bueno por lo que tenemos que renunciar a nuestro modo de vida, _ como si tuviéramos que dirimir entre el placer de un plato exquisito y los riesgos aferentes. No. Sucede que el plato es intrínsecamente malo, y que seríamos mucho más felices si nos alejáremos de él. Vivir de otro modo para vivir mejor".
La sociedad de crecimiento no es deseable al menos por tres razones: genera un aumento de las desigualdades y las injusticias, crea un bienestar ampliamente ilusorio, y a los mismos "ricos" no les asegura una sociedad amigable sino una anti-sociedad enferma de su riqueza.
La elevación del nivel de vida de que creen beneficiarse la mayoría de los ciudadanos del norte es cada vez más una ilusión. Es cierto que gastan más en términos de bienes y servicios comerciales, pero olvidan deducir de ello la elevación superior de los costes. Ésta toma diversas formas, comerciales y no comerciales: degradación de la calidad de vida, padecida aunque no cuantificada (aire, agua, medio ambiente), gastos de "compensación" y reparación (medicamentos, transportes, entretenimientos) que la vida moderna hace necesarios, elevación de los precios de productos que escasean (agua embotellada, energía, espacios vitales…)… Lo que equivale a decir que el crecimiento es un mito, incluso dentro del imaginario de la economía de bienestar, si no de la sociedad de consumo. Porque lo que crece por un lado decrece más fuertemente por el otro.
Herman Daly estableció un índice sintético, el Genuine Progress Indicator (GPI), que ajusta el Producto Interior Bruto (PIB) según las pérdidas debidas a la contaminación y degradación del medio ambiente. En el caso de los Estados Unidos, a partir de los años setenta el índice de progreso auténtico se estanca o incluso retrocede, mientras que el PIB aumenta. Lo que equivale a decir que, en esas condiciones, el crecimiento es un mito, porque lo que crece por un lado decrece más fuertemente por el otro. Desgraciadamente todo esto no basta para llevarnos a abandonar el bólido que nos conduce directamente a estrellarnos contra la pared y a embarcarnos en la dirección opuesta.
Entendámonos bien. El decrecimiento es una necesidad, no un principio, un ideal, ni el objetivo único de una sociedad del post-desarrollo y de otro mundo posible. La consigna del decrecimiento tiene por objeto sobre todo marcar con fuerza el abandono del objetivo insensato del crecimiento por el crecimiento. En particular, el decrecimiento no es el crecimiento negativo, expresión antinómica y absurda que traduce claramente la hegemonía del imaginario del crecimiento. Literalmente eso querría decir "avanzar retrocediendo".
Sabemos que la simple desaceleración del crecimiento hunde a nuestras sociedades en la desesperación a causa del desempleo y el abandono de los programas sociales, culturales y ecológicos que aseguran un mínimo de calidad de vida. ¡Podemos imaginar la catástrofe que sería una tasa de crecimiento negativo! Así como no hay nada peor que una sociedad de trabajo sin trabajo, no hay nada peor que una sociedad de crecimiento sin crecimiento.
Una política de decrecimiento podría consistir en primer lugar en reducir o incluso suprimir el peso sobre el medio ambiente de las cargas que no aportan ninguna satisfacción. El cuestionamiento del importante volumen de los desplazados de hombres y mercancías por el planeta con el correspondiente impacto negativo, el no menos importante de la publicidad aturdidora y muchas veces nefasta, así como de la caducidad acelerada de los productos y aparatos desechables sin otra justificación que la de hacer girar cada vez más rápido la mega-máquina infernal, constituyen importantes reservas de decrecimiento en el consumo material. Así entendido, el decrecimiento no significa necesariamente una regresión de bienestar.
Para concebir una sociedad serena de decrecimiento y acceder a ella, hay que salir literalmente de la economía. Esto significa cuestionar la hegemonía de la economía sobre el resto de la vida en la teoría y en la práctica, pero sobre todo dentro de nuestras cabezas. Una condición previa es la feroz reducción del tiempo de trabajo impuesto para asegurar a todos un empleo satisfactorio. Ya en 1981, Jacques Ellul, uno de los primeros pensadores de una sociedad de decrecimiento, fijaba como objetivo para el trabajo no más de dos horas por día. Inspirándonos en la carta "Consumos y estilos de vida propuesta en el Foro de las Organizaciones No Gubernamentales de Río, podemos sintetizar todo esto en un programa de seis "R": Reevaluar, Reestructurar, Redistribuir, Reducir, Reutilizar, Reciclar. Esos seis objetivos interdependientes ponen en marcha un círculo virtuoso de decrecimiento sereno, amigable y sustentable. Podríamos incluso alargar la lista de las "R" con: reeducar, reconvertir, redefinir, remodelar, repensar, etc., y por supuesto relocalizar, pero todas esas "R" están más o menos incluidas en las seis primeras.
Vemos enseguida cuáles son los valores que hay que priorizar y que deberían prevalecer sobre los valores dominantes actuales. El altruismo debería anteponerse al egoísmo, la cooperación a la competencia desenfrenada, el placer del ocio a la obsesión por el trabajo, la importancia de la vida social al consumo ilimitado, el gusto por el trabajo bien hecho a la eficiencia productiva, lo razonable a lo racional, etc. El problema es que los valores actuales son sistémicos. Esto significa que son suscitados y estimulados por el sistema y contribuyen a su vez a fortalecerlo. Por cierto, la elección de una ética personal diferente, como la sencillez voluntaria, puede modificar la tendencia y socavar las bases imaginarias del sistema, pero sin un cuestionamiento radical del mismo, el cambio corre el riesgo de ser limitado.
La limitación drástica de los ataques al medio ambiente y por ende de la producción de valores de cambio incorporados a soportes materiales físicos no implica necesariamente una limitación de la producción de valores de uso a través de productos inmateriales. Al menos en parte, éstos pueden conservar una forma comercial.
Así y todo, si bien el mercado y la ganancia pueden persistir como incitadores, ya no pueden ser los fundamentos del sistema. Podemos concebir medidas progresivas que constituyan etapas, pero es imposible decir si serán aceptadas pasivamente por los "privilegiados" que serían sus víctimas, ni por las actuales víctimas del sistema, que están mental o físicamente drogadas por él. Mientras tanto la inquietante canícula de 2003 en el sudoeste europeo hizo mucho más que todos nuestros argumentos para convencer de la necesidad de orientarse hacia una sociedad de decrecimiento. Así, para realizar la necesaria descolonización del imaginario, podemos contar muy ampliamente en el futuro con la pedagogía de las catástrofes.
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Serge LatoucheLe Monde Diplomatique – Noviembre 2003
Este artículo habla de decrecimiento. Para el autor del artículo, el crecimiento económico, lleva en sí mismo el germen del caos. No hay otra solución que el decrecimiento. Parece una utopía, ciertamente, pero el concepto tiene el mérito de llamar la atención sobre algo que se lleva diciendo desde hace cierto tiempo: hay que bajar el pistón. Un desarrollo sin límites nos lleva a la catástrofe. El argumento parte del análisis de la realidad. Los límites del crecimiento están trazados por la misma biosfera: Después de algunas décadas de derroche frenético, parece ser que entramos en la zona de las tormentas en sentido literal y figurado… El desorden climático viene acompañado por las guerras del petróleo, a las que seguirán las guerras por el agua, pero también posibles pandemias, desaparición de especies vegetales y animales esenciales, raíz de catástrofes biogenéticas previsibles. En estas condiciones, la sociedad de crecimiento no es sostenible, ni deseable. Es pues urgente pensar en una sociedad de "decrecimiento" en lo posible serena y amigable".
Agustín Arteche
El 14 de febrero de 2002, en Silver Spring, frente a las autoridades estadounidenses de meteorología, George Bush declaraba lo siguiente: El crecimiento es la solución, no es el problema". "El crecimiento es la clave del progreso ecológico, porque provee los recursos que permiten invertir en las tecnologías no contaminantes".
En el fondo esta posición "pro-crecimiento" es igualmente compartida por la izquierda, e incluso por muchos alter-mundialistas que consideran que el crecimiento es también la solución del problema social porque crea empleos y favorece una distribución más equitativa.
Después de algunas décadas de derroche frenético, parece ser que entramos en la zona de las tormentas en sentido literal y figurado… El desorden climático viene acompañado por las guerras del petróleo, a las que seguirán las guerras por el agua, pero también posibles pandemias, desaparición de especies vegetales y animales esenciales a raíz de catástrofes biogenéticas previsibles.
En estas condiciones, la sociedad de crecimiento no es sostenible, ni deseable. Es pues urgente pensar en una sociedad de "decrecimiento" en lo posible serena y amigable.
Cabe definir a la sociedad de crecimiento como una sociedad dominada precisamente por una economía de crecimiento, y que tiende a dejarse absorber en ella. El crecimiento por el crecimiento se convierte así en el objetivo primordial, si no el único de la vida. Semejante sociedad no es sostenible, ya que se topa con los límites de la biosfera. Si tomamos como índice del "peso" ambiental de nuestro modo de vida, "su huella" ecológica en superficie terrestre necesaria, obtenemos resultados insostenibles tanto desde el punto de vista de la equidad en los derechos de absorción de la naturaleza como desde el punto de vista de la capacidad de regeneración de la biosfera. Un ciudadano de Estados Unidos consume en promedio 8,6 hectáreas, un canadiense 7,2, un europeo medio 4,5. Estamos muy lejos de la igualdad planetaria y más aún de un modo de civilización duradero que necesitaría restringirse a 1,4 hectáreas, admitiendo que la población actual se mantuviera estable.
Para conciliar los dos imperativos contradictorios: el crecimiento y el respeto por el medio ambiente, los expertos piensan encontrar la poción mágica en la "ecoeficiencia" pieza central y a decir verdad única base seria del "desarrollo duradero". Se trata de reducir progresivamente el impacto ecológico y la amplitud de la extracción de los recursos naturales para alcanzar un nivel compatible con la capacidad admitida de carga del planeta.
Si nos atenemos a Ivan Illich, la desaparición programada de la sociedad de crecimiento no es necesariamente una mala noticia. "La buena noticia es que, no es necesario evitar los efectos secundarios negativos de algo que en sí mismo sería bueno por lo que tenemos que renunciar a nuestro modo de vida, _ como si tuviéramos que dirimir entre el placer de un plato exquisito y los riesgos aferentes. No. Sucede que el plato es intrínsecamente malo, y que seríamos mucho más felices si nos alejáremos de él. Vivir de otro modo para vivir mejor".
La sociedad de crecimiento no es deseable al menos por tres razones: genera un aumento de las desigualdades y las injusticias, crea un bienestar ampliamente ilusorio, y a los mismos "ricos" no les asegura una sociedad amigable sino una anti-sociedad enferma de su riqueza.
La elevación del nivel de vida de que creen beneficiarse la mayoría de los ciudadanos del norte es cada vez más una ilusión. Es cierto que gastan más en términos de bienes y servicios comerciales, pero olvidan deducir de ello la elevación superior de los costes. Ésta toma diversas formas, comerciales y no comerciales: degradación de la calidad de vida, padecida aunque no cuantificada (aire, agua, medio ambiente), gastos de "compensación" y reparación (medicamentos, transportes, entretenimientos) que la vida moderna hace necesarios, elevación de los precios de productos que escasean (agua embotellada, energía, espacios vitales…)… Lo que equivale a decir que el crecimiento es un mito, incluso dentro del imaginario de la economía de bienestar, si no de la sociedad de consumo. Porque lo que crece por un lado decrece más fuertemente por el otro.
Herman Daly estableció un índice sintético, el Genuine Progress Indicator (GPI), que ajusta el Producto Interior Bruto (PIB) según las pérdidas debidas a la contaminación y degradación del medio ambiente. En el caso de los Estados Unidos, a partir de los años setenta el índice de progreso auténtico se estanca o incluso retrocede, mientras que el PIB aumenta. Lo que equivale a decir que, en esas condiciones, el crecimiento es un mito, porque lo que crece por un lado decrece más fuertemente por el otro. Desgraciadamente todo esto no basta para llevarnos a abandonar el bólido que nos conduce directamente a estrellarnos contra la pared y a embarcarnos en la dirección opuesta.
Entendámonos bien. El decrecimiento es una necesidad, no un principio, un ideal, ni el objetivo único de una sociedad del post-desarrollo y de otro mundo posible. La consigna del decrecimiento tiene por objeto sobre todo marcar con fuerza el abandono del objetivo insensato del crecimiento por el crecimiento. En particular, el decrecimiento no es el crecimiento negativo, expresión antinómica y absurda que traduce claramente la hegemonía del imaginario del crecimiento. Literalmente eso querría decir "avanzar retrocediendo".
Sabemos que la simple desaceleración del crecimiento hunde a nuestras sociedades en la desesperación a causa del desempleo y el abandono de los programas sociales, culturales y ecológicos que aseguran un mínimo de calidad de vida. ¡Podemos imaginar la catástrofe que sería una tasa de crecimiento negativo! Así como no hay nada peor que una sociedad de trabajo sin trabajo, no hay nada peor que una sociedad de crecimiento sin crecimiento.
Una política de decrecimiento podría consistir en primer lugar en reducir o incluso suprimir el peso sobre el medio ambiente de las cargas que no aportan ninguna satisfacción. El cuestionamiento del importante volumen de los desplazados de hombres y mercancías por el planeta con el correspondiente impacto negativo, el no menos importante de la publicidad aturdidora y muchas veces nefasta, así como de la caducidad acelerada de los productos y aparatos desechables sin otra justificación que la de hacer girar cada vez más rápido la mega-máquina infernal, constituyen importantes reservas de decrecimiento en el consumo material. Así entendido, el decrecimiento no significa necesariamente una regresión de bienestar.
Para concebir una sociedad serena de decrecimiento y acceder a ella, hay que salir literalmente de la economía. Esto significa cuestionar la hegemonía de la economía sobre el resto de la vida en la teoría y en la práctica, pero sobre todo dentro de nuestras cabezas. Una condición previa es la feroz reducción del tiempo de trabajo impuesto para asegurar a todos un empleo satisfactorio. Ya en 1981, Jacques Ellul, uno de los primeros pensadores de una sociedad de decrecimiento, fijaba como objetivo para el trabajo no más de dos horas por día. Inspirándonos en la carta "Consumos y estilos de vida propuesta en el Foro de las Organizaciones No Gubernamentales de Río, podemos sintetizar todo esto en un programa de seis "R": Reevaluar, Reestructurar, Redistribuir, Reducir, Reutilizar, Reciclar. Esos seis objetivos interdependientes ponen en marcha un círculo virtuoso de decrecimiento sereno, amigable y sustentable. Podríamos incluso alargar la lista de las "R" con: reeducar, reconvertir, redefinir, remodelar, repensar, etc., y por supuesto relocalizar, pero todas esas "R" están más o menos incluidas en las seis primeras.
Vemos enseguida cuáles son los valores que hay que priorizar y que deberían prevalecer sobre los valores dominantes actuales. El altruismo debería anteponerse al egoísmo, la cooperación a la competencia desenfrenada, el placer del ocio a la obsesión por el trabajo, la importancia de la vida social al consumo ilimitado, el gusto por el trabajo bien hecho a la eficiencia productiva, lo razonable a lo racional, etc. El problema es que los valores actuales son sistémicos. Esto significa que son suscitados y estimulados por el sistema y contribuyen a su vez a fortalecerlo. Por cierto, la elección de una ética personal diferente, como la sencillez voluntaria, puede modificar la tendencia y socavar las bases imaginarias del sistema, pero sin un cuestionamiento radical del mismo, el cambio corre el riesgo de ser limitado.
La limitación drástica de los ataques al medio ambiente y por ende de la producción de valores de cambio incorporados a soportes materiales físicos no implica necesariamente una limitación de la producción de valores de uso a través de productos inmateriales. Al menos en parte, éstos pueden conservar una forma comercial.
Así y todo, si bien el mercado y la ganancia pueden persistir como incitadores, ya no pueden ser los fundamentos del sistema. Podemos concebir medidas progresivas que constituyan etapas, pero es imposible decir si serán aceptadas pasivamente por los "privilegiados" que serían sus víctimas, ni por las actuales víctimas del sistema, que están mental o físicamente drogadas por él. Mientras tanto la inquietante canícula de 2003 en el sudoeste europeo hizo mucho más que todos nuestros argumentos para convencer de la necesidad de orientarse hacia una sociedad de decrecimiento. Así, para realizar la necesaria descolonización del imaginario, podemos contar muy ampliamente en el futuro con la pedagogía de las catástrofes.
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Serge LatoucheLe Monde Diplomatique – Noviembre 2003
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