Quisiera compartir con los lectores y los autores de La Ciudad Viva mis reflexiones sobre el tema de la décroissance – o decrecimiento – inspiradas en parte por algunos de los textos aparecidos en este mismo blog. Mi intención es centrarme en la relación existente entre el decrecimiento y el papel que, en un futuro, podría desempeñar el arquitecto.
Me gustaría empezar estas reflexiones con una frase de Kate Soper que encontré en un texto de Serge Latouche[1] y que expone, de forma precisa, un punto de vista que trataba de expresar desde hace mucho:
“Aquellos que abogan por un consumo menos materialista son presentados a menudo como ascetas puritanos que intentan dar una orientación más espiritual a las necesidades y a los placeres. Pero esta visión es engañosa por diferentes razones. Podríamos decir que el consumo moderno no se interesa suficientemente por los placeres de la carne, que no está implicado en la experiencia sensorial, que está demasiado obsesionado por toda una serie de productos que filtran las satisfacciones sensoriales y eróticas y nos alejan de ellas. Una buena parte de los bienes que consideramos esenciales para un nivel de vida elevado son más anestesiantes que favorecedores de una experiencia sensual, mas avaros que generosos en materia de buena convivencia, de relaciones de buena vecindad, de vida no estresada, de silencio, de olor y de belleza… Un consumo ecológico no implicaría ni una reducción del nivel de vida, ni una conversión masiva a la extra-mundanería, sino más bien una concepción diferente de aquello que quiere decir nivel de vida.”
¿Por qué este texto me resulta tan significativo?
Es debido sobre todo a la equivocación habitual que genera la propia noción de decrecimiento, muchas veces confundida con un cierto sentido del sacrificio o de la renuncia motivado por razones éticas o de supervivencia. Una confusión que Soper consigue sin embargo superar: el decrecimiento no conllevaría “renunciar a”, como única solución para salvarse, sino que debería interpretarse en términos positivos, como una forma de aumentar nuestro nivel de vida.
En nuestra cultura materialista la palabra decrecimiento tiene una connotación negativa, por ello tendemos a relacionarla con una perdida de bienestar. Como si nuestro ideal consistiera en seguir consumiendo como hasta ahora pero, al no poder hacerlo, la solución más viable fuera la de intentar decrecer.
Me gustaría empezar estas reflexiones con una frase de Kate Soper que encontré en un texto de Serge Latouche[1] y que expone, de forma precisa, un punto de vista que trataba de expresar desde hace mucho:
“Aquellos que abogan por un consumo menos materialista son presentados a menudo como ascetas puritanos que intentan dar una orientación más espiritual a las necesidades y a los placeres. Pero esta visión es engañosa por diferentes razones. Podríamos decir que el consumo moderno no se interesa suficientemente por los placeres de la carne, que no está implicado en la experiencia sensorial, que está demasiado obsesionado por toda una serie de productos que filtran las satisfacciones sensoriales y eróticas y nos alejan de ellas. Una buena parte de los bienes que consideramos esenciales para un nivel de vida elevado son más anestesiantes que favorecedores de una experiencia sensual, mas avaros que generosos en materia de buena convivencia, de relaciones de buena vecindad, de vida no estresada, de silencio, de olor y de belleza… Un consumo ecológico no implicaría ni una reducción del nivel de vida, ni una conversión masiva a la extra-mundanería, sino más bien una concepción diferente de aquello que quiere decir nivel de vida.”
¿Por qué este texto me resulta tan significativo?
Es debido sobre todo a la equivocación habitual que genera la propia noción de decrecimiento, muchas veces confundida con un cierto sentido del sacrificio o de la renuncia motivado por razones éticas o de supervivencia. Una confusión que Soper consigue sin embargo superar: el decrecimiento no conllevaría “renunciar a”, como única solución para salvarse, sino que debería interpretarse en términos positivos, como una forma de aumentar nuestro nivel de vida.
En nuestra cultura materialista la palabra decrecimiento tiene una connotación negativa, por ello tendemos a relacionarla con una perdida de bienestar. Como si nuestro ideal consistiera en seguir consumiendo como hasta ahora pero, al no poder hacerlo, la solución más viable fuera la de intentar decrecer.
El párrafo de Soper viene a expresar lo contrario de esta idea. No se trataría de un final del desarrollo, sino de un final del consumismo y del desarrollo materialista.
Vincent Cheynet considera que “la crisis ecológica es ante todo una señal de impasse político, cultural, filosófico y espiritual de nuestra civilización”[2]. Yo propongo añadir a esta consideración analítica de la crisis, otra de tipo más operativo: la crisis económica y ecológica se nos ofrece como una oportunidad para mejorar nuestra calidad de vida.
Considero que como arquitectos, experimentamos la necesidad de pasar del ámbito del análisis al de la acción. Un arquitecto, ante de ser alguien que construye, es alguien capaz de transformar los pensamientos analíticos en acciones espaciales. Por esta razón es importante comprender los matices que se desprenden de la teoría del decrecimiento, su comprensión como un modelo de avance y no de renuncia al desarollo. Este cambio de perspectiva afectará innegablemente, en la época que se aproxima, la manera de hacer arquitectura.
“¿Qué pasaría si en la escuela nos enseñaran a deconstruir en lugar de a construir?”
Ethel Baraona se planteaba esta pregunta en un artículo encabezado por la foto que reproduzco arriba. El impacto poético y simbólico de esta fotografía es sin lugar a dudas extraordinario: la traducción en imagen de un sistema tecnocéntrico que se derrumba, exigiendo así el surgimiento de nuevos modelos de concepción del mundo.
El debate lanzado por Ethel he generado gran cantidad de comentarios, así como discusiones acerca del término de deconstrucción, concebido por Jacques Derrida. Mi intención en este artículo es sin embargo de desplazar ese debate hacia la idea de no-construcción y las implicaciones que generan dicho concepto sobre el trabajo del arquitecto.
Tanto el comentario al artículo de Baraona de como crear historias, como el artículo “No hacer nada, con urgencia” de Ion Cuervas-Mons, nos recuerdan un ejemplo de no-construcción de un impacto semejante al citado anteriormente: los arquitectos Lacaton y Vassal, trás un análisis de la plaza Léon Aucoc de Bordeaux, decidieron que su proyecto sería “no hacer nada”. La plaza era de por sí un sitio bello, en donde la gente se sentía bien; un lugar con una vida cotidiana de calidad.
No-construción?
Este ejemplo de “no hacer nada” me lleva también a una entrevista a Rem Koolhaas. En ella, hablando de naturalidad y de artificialidad, explica como “la arquitectura se debate en una duda permanente entre esa dualidad.[...] la ciudad ha sido desnaturalizada por un exceso de diseño. El diseño como medio de exclusión”.
Esta afirmación, realizada por uno de los arquitectos más importantes del star system, me hace pensar automáticamente en la fotografía del eólico: algo que cae al suelo con resignación, como presagiando un cambio. El propio diseñador reconoce un problema en el “exceso de diseño”. Mezclando abruptamente esta frase con el parrafo de Kate Soper, podríamos afirmar que el exceso de diseño es más avaro que generoso en materia de buena convivencia, de relaciones de buena vecindad, de vida alejada del estrés, de silencio, de olor y de belleza.
Estas reflexiones encajan sorprendentemente con una visión de la ciudad en donde la gestión y la creación horizontal de los ciudadanos coexisten con una red de poderes centralizados. Lo que yo llamo espacios públicos blancos, y Domenico Di Siena ha llamado espacios públicos inacabados, sería la traducción espacial de esta nueva forma de entender lo urbano y la ciudadanía. Los espacios blancos, caracterizados por su estado inacabado, son una producción in-definida: sin la acción de los usuarios -ciudadanos- éstos espacios no terminarían de existir.
Por consiguiente, se trataría de pasar de una visión de tipo productor/consumidor, en el que el arquitecto y su cliente producen espacios – “exceso de diseño”-, y el ciudadano los consume, a un sistema de prosumers integrados en los procesos políticos, administrativos y urbanos de las ciudades.
En este sentido el arquitecto dejaría de ser un productor/constructor y se definiría más bien como un gestor/administrador de espacios; o quizás como un diseñador de procesos urbanos y un catalizador de ciudadanía y de vitalidad. Sus actividades serían además más extensas: el arquitecto no se limitaría a construir o a “producir cosas”, sino más bien a analizar, aconsejar, producir opiniones y quizás solo al final, a construir o, simplemente, a “no hacer (casi) nada”.
En los últimos años se habla mucho sobre espacios híbridos. Creo que todo lo expresado anteriormente sugiere que la profesión de arquitecto debe también hibridarse, pasar de ser una profesión nítida y concentrada a una difusa y dilatada. El arquitecto se transforma así en punto de interconexión entre los ciudadanos, los políticos, el espacio y la creatividad.
Todo esto me lleva pensar que el filósofo Lorenzo Giacomini, en una ponencia de la conferencia Urban Hybridization en Milán, llevaba razón cuando proponía utilizar la hibridación no como una categoría estética, sino como un principio ontológico. Es decir, como algo que caracteriza todo lo que hay, lo cual significa que puede funcionar como instrumento de comprensión y de acción en el mundo contemporáneo.
REFERENCIAS
[1] BERNARD, Michel et al. (coord.), Objectif décroissance – Vers une société harmonieuse, Parangon/Vs, 2005
[2] idem
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Pere Bàscones, Cultura Verde, www.perebascones.com/pensamentsnomades/?p=17
Lorenzo Giacomini, L’inspiegabile Montagna – Radici di una strana passione,http://www.studifilosofici.it/inspiegabile_montagna.htm
VICENTE VERDÚ, La creatividad de la escasez, El País,http://www.elpais.com/articulo/cultura/creatividad/escasez/elpepicul/20100520elpepicul_8/Tes
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Conferencia Urban Hybridization, www.urbanhybridization.net/
Colectivo Basurama, www.basurama.org
Grupo Thinkark, www.thinkark.com
CTRLZ Architectures, For All The Cows, http://ctrlzarchitectures.com/?p=74
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Este articulo ha sido escrito por Francesco Cingolani para el blog “La Ciudad Viva“, una iniciativa de la Consejería de Vivienda y Ordenación del Territorio de la Junta de Andalucía.
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