De aguascalientes, caracoles y sociedad civil
De teorías y de práctica
Jean Robert
Me pasó otra vez.
Llegué aquí con una conferencia bien estructurada cosida con ideas que me parecían inteligentes, entretejidas con palabras sabias, unas hasta en griego, salpicadas de erudición, inútil pero muy bonita y con muchas notas de pie de página.
Y pasó lo que pasó todas las veces que vine aquí. La atmósfera y el entusiasmo compartido echaron por tierra mi bonito trabajo de teórico de escritorio. Fue otra vez el viento de la Realidad que echó por tierra mi (no tan) perfecta teoría.
Para colmo, me dejaron en la última mesa, así que, a fuerza, mi presentación reflejará algunas de las cosas que entendí o desentendí aquí. No puedo salir del vado que atravesamos durante esos cuatro días son estar mojado por sus aguas.
Es la tercera vez que tengo el honor de estar en éstas festividades de renovación del tiempo convocadas en el CIDECI, pero he estado aquí más veces, la primera por cierto en 1975, en la que a Sylvia y a mí nos recibió y nos guió don Andrés Aubry en persona. Le entregué entonces un texto mío titulado “Bibliografía sobre los transportes”. Don Andrés leyó este texto y me declaró maliciosamente: “Es un texto genial, se presenta como una bibliografía y no menciona un solo título sobre el tema”. Durante años, en nuestros encuentros en Jovel, con doña Angélica y a veces con el padre Chanteau, o solos en la Realidad, no faltábamos bromear sobre mi “genio” de aquellos años, cuando era un autor completamente imberbe.
Lo que presenté a don Andrés bajo el título engañoso de bibliografía era un proyecto proliferante y bastante confuso de análisis de la cultura material, o de un aspecto de la cultura material. La cultura material no es lo que hoy en día se llama economía. Lo que hoy se llama así es una ceguera programada a la materialidad de las cosas. Ceguera al origen de lo que comemos, por ejemplo, o al tiempo diario que dedicamos realmente a “ganar tiempo” en los transportes llamados “rápidos” ¿Que diría Micromegas - este crítico galáctico de la Tierra imaginado por el filósofo Voltaire - , de una sociedad cuyos miembros dedican hasta cuatro horas de su “presupuesto diario de tiempo de vigilia” a desplazarse de un lugar al otro “ganando tiempo” gracias a la velocidad a la cual supuestamente circulan?
Los transportes motorizados sirven sobre todo para clasificar a la gente entre viajeros rápidos que escogen sus horas y viajeros compulsivos lentos condenados a la lentitud de las horas de punta. Realizan así lo que el maestro Ivan Illich llamaba “transferencias netas de privilegios” de los pobres hacia los ricos. En este sentido, son polarizadores sociales: “dime a que velocidad te desplazas y te diré quien eres.”
Más de veinte años después de mi primer encuentro con don Andrés, nos tocó volvernos a encontrar en un pueblo proféticamente llamado “La Realidad”. Era el 1996, y este año tuve el honor de recibir dos invitaciones sucesivas a grandes eventos en éste mismo pueblo. El primero fue modestamente “intercontinental”, mientras el segundo fue a la altura de Micromegas, este gigante de ocho leguas de altura oriundo de Sirio que se dignó dialogar con los minúsculos filósofos de la tierra. La convocatoria a este segundo evento fue “intergaláctica”, así que llegué preparado para encontrar al señor Micromegas. No lo encontré en persona, pero tengo que decir que lo que, recordando el cuento de Voltaire, los franceses llaman “el punto de vista de Sirio” no fue ausente de los debates. El punto de vista de Sirio es una actitud que consiste en tomar distancia de los propios compromisos con los asuntos humanos para contemplarlos como “desde afuera”. Por ejemplo, cuando ingenieros sanitarios me piden explicarles mis ideas sobre el “guater” y el drenaje central, les pido a cambio adoptar el punto de vista de Sirio, lo que en este caso significa olvidar que están ligados a intereses creados dedicados a vender tubos de drenaje y accesorios sanitarios. Lo mismo hago cuando tengo que hablar con ingenieros en transportes.
Generalmente, en los pequeños ensayos que sigo escribiendo, trato de adoptar un punto de vista diametralmente opuesto al de Sirio, un punto de vista en que los ojos tengan pie que pisen un territorio concreto. Robando la palabra al sociólogo Pierre Bourdieu, llamo topocósmico el punto de vista contrario al de Sirio. El punto de vista topocósmico parte de un lugar único y concreto en un cosmos. Es el suelo que pisan mis pies y, diría Sylvia Marcos, donde está enterrado mi ombligo y donde las montañas, los ríos, los bosques son mis hermanas y hermanos. El “punto de vista de Sirio” sólo sirve para deshacer las territorializaciones impuestas por el poder.
Tengo que confesarles que este choque frontal con La Realidad me impactó bastante y me conmovió. Llené páginas de notas que no perdí todas, pero que están todas manchadas del lodo de La Realidad. Desgraciadamente, esas notas no valen nada como documentos, porqué entrelacé los recuentos periodísticamente aceptables de lo que oí con declaraciones de personajes inventados, como el propio Micromegas. Por lo tanto esas notas, redactadas además en francés, no pasaron de ser un pequeño samizdat altamente no-publicable que distribuí a una decena de amigos.
He aquí lo que escribí sobre el fin del segundo encuentro del 96 en La Realidad. Hablando de nuestros anfitriones zapatistas dije – en forma periodisticamente aceptable esa vez:
¿Quiénes son esos hombres generalmente vestidos de negro, el rostro escondido atrás de lo que los actores romanos llamaban una persona?
Hoy, el La Realidad, persona se dice paliacate o pasamontaña . ¿Que tipo de actor es el Zapatista con pasamontaña ? Todavía oigo el comandante Tacho explicar lo que significa “no tener rostro para que los otros tengan rostro, para que ustedes se encuentren cara a cara”. ¿Quiénes son esos hombres y esas mujeres en pasa-montaña que se preocupan por nuestra comodidad, nos hacen de comer – con el hambre, los manjares del “Arbolito” de La Realidad se recomendaban solos - limpian nuestras letrinas y nos han construido este bello aguascalientes – es el nombre que daban al inmenso lugar de reunión en el que nos recibieron – con sus dormitorios, sus lugares de conferencias entre hamacas, su gran espacio de asamblea, sus tribunas, sus cocinas y sus regaderas y hasta su pequeña biblioteca? Dicen que su más intenso deseo es vernos encontrarnos, hablarnos.
En éste pueblo llamado “Realidad”, hay personas que andan con el rostro descubierto – los huéspedes – y otras que llevan un pasa-montaña como persona, los anfitriones. ¿Quienes son y que somos para ellos? Tacho, David, Marcos pronunciarán la palabra sociedad civil.
El aguascalientes de La Realidad quería ser un lugar en qué mujeres y hombres encuentren el valor de manifestarse, de aparecer, de volverse visibles los unos para los otros y de actuar, es decir de pronunciar palabras que son también actos, conformemente al deseo de los anfitriones - sin rostro pero de intensa mirada - que no tenían mayor deseo que eso precisamente: que tomáramos la palabra a rostro descubierto. En 1996, más de cinco mil personas vinieron de cinco continentes a llenar los cinco lugares de debates construidos para ellas en el fondo de la Selva.
Una guerrilla decidió que su arma ya no iba a ser el fusil sino una vasta estructura de asamblea, de encuentros espontáneos, de danza también. Me imaginaba las centenas de hombres que durantes meses, cortaron y escuadraron troncos, formaron las espigas y mortajas con el machete y el cincel, pusieron vigas y clavaron tablas, hasta recubrir los techos con tejamaniles o láminas económicas para protegernos de las lluvias tropicales. ¿Y si era eso lo que nos querían decir nuestros anfitriones? “Nosostros somos los constructores del teatro, ustedes son los actores”. Rostros cubiertos para que la sociedad civil pueda descubrirse. La arquitectura de los aguascalientes expresaba un proyecto político. En ellos, las tribunas donde tomaban lugar los anfitriones eran periféricas. La asamblea de los invitados ocupaba el centro del espacio. Los Zapatistas demostraban así que era verdad que querían contribuir a construir un nuevo espacio político, pero que no querían ocupar su centro. La arquitectura de un pueblo raras vece miente sobre sus intenciones: “Todo (el espacio) para todos, para nosotros, ningún lugar privilegiado”. Nunca recibí mejor clase de teoría política que la que recibí en La Realidad en el Año 2 de la insurrección zapatista: He aquí el hecho extraordinario de un levantamiento de campesinos que quería construir lugares de debates para la sociedad de su país. El sentido más profundo de su revolución, así por lo menos lo entendí yo, era una invitación al debate y a la organización cívica y política en torno a éste debate.
Al tiempo de los aguascalientes, sucedió el de los caracoles. Creo que todos los presentes saben lo que significa esa transición, así que no trataré de explicarla. Paulina Fernandez lo hizo muy bien. Quiero más bien preguntar: ¿que tal de los aguascalientes en el tiempo de los caracoles? ¿Del proyecto de dotar a la sociedad civil de foros de debate, lugares de concertación en el tiempo de los caracoles, es decir: ¿qué tal de la voluntad de fomentar debates cívicos en tiempos de la reorganización territorial del zapatismo? Me parece que los Zapatistas pusieron la tarea de seguir construyendo esos lugares en mano del zapatismo civil y, más allá de él, de toda la sociedad civil. Creo que la sociedad civil, es decir la mayor parte de los aquí presentes, está, estamos en deuda hacia los constructores de aguascalientes. No hemos sido recíprocos, hemos recibido sin dar. Así que en vez de preguntar si los Zapatistas cumplieron con las promesas de los tiempos heroicos, cabe interrogarnos sobre lo que hemos hecho, desde la sociedad civil, para fomentar foros, debates, lugares de concertación donde discutir cívicamente las razones de nuestro ¡basta!
Un aguascalientes no es un caracol ni una junta de buen gobierno. Es un espacio de expresión abierto en la sociedad civil. No es un lugar de toma de decisión colectiva sobre asuntos concretos, sino de manifestación de nuevos posibles. En cambio, los caracoles son lugares de ejercicio efectivo del poder del pueblo, que es lo que debería ser la democracia. Dicho con otras palabrea: los aguascalientes y los foros que deberíamos fomentar en la sociedad civil, son lugares de visión y los caracoles y las juntas de buen gobierno son lugares de decisiones prácticas. El momento en que una cosa que parecía imposible manifiesta su posibilidad constituía, para los griegos, la esencia de la teoría. Insisto: la teoría era para ellos la visión de posibilidades hasta entonces veladas. Era un momento de desvelamiento. No para nada la palabra teoría se parece a la palabra teatro. Para los griegos, una theoría era un festival, un espectáculo que podía ser de actores o de ideas y el theatron era el lugar de este espectáculo o festival intelectual. La teoría puede ser una especie de teatro de ideas, puede ser divertida y siempre es sorpresiva cuando revela posibilidades hasta el momento insospechadas: las cosas pueden verse de otra manera, se puede hasta intentar verlo todo de nuevo. No estamos irremediablemente atados a un empleo cada vez más escaso, las cadenas de distribución de alimentos chatarra pueden romperse sin que nos moramos necesariamente de hambre. Creo que, en una verdadera democracia, el aguascalientes, es decir el espacio de apariencia de lo posible y el caracol, el lugar de las decisiones colectivas concretas, son fundamentalmente complementarios. Creo que es tarea de la sociedad civil – iba decir del zapatismo civil – manifestar públicamente esta complementariedad fundamental, afirmándola como se afirma la capacidad de caminar: caminando.
La contribución teórica que había preparado para éste festival se centraba en el concepto y la percepción de la cultura material. Creo que un análisis crético de lo que comemos – comida chatarra, alimentos dosificados químicamente que cruzan medio mundo hasta llegar a nuestra mesa – y como – en una soledad que destruye la convivencia de la comida - es urgente. Sería una fenomenología de la vida cuotidiana bajo el capitalismo. Con mis modestos medios, he dedicado años a examinar como los transportes de personas generan la temporalidad y la territorialidad necesarias para la acumulación del capital en grandes concentraciones industriales, como la economía moderna hace añicos toda economía moral que, aún en el capitalismo temprano, era la percepción de una relación entre los bienes económicos y el territorio. Un tema tan trivial como la defecación y las infraestructuras que justifica me permitió examinar concretamente lo que el maestro Illich llamaba el desvalor: la desvalorización de capacidades autónomas necesaria para crear la necesidad de mercancías y de servicios. Al envenenar los mantos freáticos con sus inevitables fugas, el drenaje central crea la necesidad de agua embotellada. Son sólo dos ejemplos de los temas que yo quisiera poder llevar a debate en los grandes aguascalientes cívicos que estoy anhelando.
El estudio de estos aspectos de la cultura material me confrontó a la realidad de una guerra moderna que el Estado - con sus políticos afanados de poder y sus expertos – y el Mercado – con su ley del interés propio – libran contra la subsistencia de la gente común, sus territorios, sus comunales, sus lenguas, culturas, costumbres y saberes. Una guerra contra todo lo que permitía la autonomía - jamás “químicamente pura” – de la subsistencia. Y me llegué a preguntar si esta guerra del Estado y del Mercado contra la subsistencia de la gente común, contra las múltiples formas de sus culturas materiales, no es la esencia de lo que llamamos aquí “el capitalismo”.
Ahora creo que, en este momento, aquí, se espera otra cosa de mí que lo que acabo de improvisar. No por supuestas cualidades mías, sino simplemente por el calendario de este festival de ideas. Soy el último en hablar. No esperen de mí un resumen, una conclusión y menos un epilogo. En vez de eso, voy a tratar de decirles como la travesía de este vado me ha mojado.
Según sus organizadores, este evento debía ser un arco-iris de ideas y propuestas diversas, de visiones a partir de perspectivas distintas. Personalmente, he sido mojado por esa idea de perspectivas y puntos de vista diferentes, pero en conversación. Corresponde a mi manera de entender el zapatismo. Me parece que si tu y yo que vemos el mundo desde puntos de vista tan distintos podemos decir que “vemos la misma cosa”, es que hay chance de que esta cosa sea real. Me parece también que, durante esos cuatro días, por lo menos dos cosas se hicieron evidentes para cada uno de los participantes:
1. El actual estadio de cosas, llamenlo capitalismo o guerra contra la subsistencia, es intolerable. Lleva al desastre.
2. No hay esperanza de cambio “para que sea bueno lo que viene luego” dentro de las estructuras existentes.
3. Esas dos preguntas llevan a una tercera: ¿hay una alternativa? Y, si la hay, ¿cuál es?
Después de haberlos discutido con Gustavo Esteva, que me retó a pensar con más claridad, voy a argumentar sucesivamente esos tres puntos evocando lo que aprendí en este encuentro:
1. Este estado intolerable de las cosas se puede llamar capitalismo, tiranía de la economía, era de la escasez programada o guerra contra la subsistencia. Ha llegado la época de sus últimas fases, en las que se ensaña contra los territorios, las culturas, los sentidos locales del bien vivir, los modos de percibir el mundo, los cuerpos. Este sistema no colapsará por sí mismo, esa guerra no se acabará sola. Si no la paramos, es más que nunca capaz de destruirnos.
2. No hay esperanzas adentro del sistema. Parte del desastre – llamenlo sistema capitalista o guerra contra la subsistencia de la gente – es la parálisis de la imaginación. La imaginación académica se está volviendo cada vez más estéril. La imaginación política parece ser únicamente capaz de idear nuevas formas de servidumbre y de destrucción.
Al tiempo que destruye la naturaleza, este sistema destruye relaciones y modos de convivencia. Privatiza el conocimiento transformando lo en un valor escaso. Paraliza las capacidades personales de la gente dando el poder a especialistas y expertos. Impone la tiranía del reloj y destruye con ello el tiempo libre y la gratuidad. Multiplica los servicios que sólo sirven para crear la necesidad de otros servicios: publicidad, transportes motorizados que estructuran el tiempo, “servicios de seguridad” que vuelven inseguras las calles.
En lo personal, he entendido que dentro de éste sistema, dentro de estas estructuras, las luchas por el poder o por mejores servicios nos desgastan, nos enemistan y nos dividen. Son cada vez más contraproducentes: nos transforman en pedinches de aquello mismo que nos destruye.
.3. ¿Alternativa? Tema incierto en un terreno pantanoso, amenazado por la utopía.
Pero consideremos los dos puntos siguientes:
a) Entre más profundo nuestro desencanto respecto a las estructuras del sistema capitalista y de su guerra contra la subsistencia, más grande será el afán de alternativas.
b) Entre más las habremos pensado y debatido públicamente, mayor será su viabilidad.
Pensar la alternativa requiere recobrar la imaginación política, arrancarla de lo que la aplasta, de ahí la importancia de mantener vivo el “espíritu aguascalientes”.
Llamo “espíritu caracol” el polo complementario de los aguascalientes.
Paulina Fernández y Fernanda Navarro fueron testigas de que, en los caracoles ya existentes, se ha recobrado, en poco tiempo, mucha imaginación. Ayer, una amiga me decía que el secreto de esa recuperación rápida tenía que ver con la palabra re-generación. Lo ilustraba con la anécdota siguiente:
Una mujer zapatista enumera todos los logros de las mujeres en las juntas de buen gobierno: “puedo ocupar cargos, puedo estudiar, puedo viajar” y, luego de enumerar todas sus libertades recién conquistadas, concluye: “pero sigo siendo mujer”. Según mi amiga, quiso decir con ello que permanecía inmersa en la cosmovisión de su comunidad que da un lugar cósmico – un topocosmos – a cada cosa: la montaña y el río, el cielo y la tierra, la milpa y el comal, las mujeres y los hombres. Veo en este arraigo topocósmico la fuerza inspiradora de las comunidades indígenas, más que en un utópico modelo que se pudiera exportar o copiar. Parte de la enseñanza zapatista es que crear algo y regenerar relaciones en su propio territorio y a un lado, afuera del sistema capitalista es la mejor manera de luchar contra él y de frenar su despiadada guerra contra la subsistencia.
El “espíritu aguascalientes” debe fomentar, no sólo el retorno de los saberes subyugados, sino también la insurrección de las imaginaciones reprimidas.
Hasta aquí mi intervención, hecha de los que sobrevivió de la conferencia que había preparado en mi escritorio y del agua que la mojó e hizo que la mayor parte de ella se hundiera en el vado que acabamos de atravesar. También se acabó mi tiempo de palabra. Gracias por su paciencia.
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