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8 de febrero de 2010

INTERESANTE REFLEXIÓN: CUANDO EL MUNDO ERA HECHO PARA QUE LAS COSAS DURARAN

INTERESANTE REFLEXIÓN: CUANDO EL MUNDO ERA HECHO PARA QUE LAS COSAS DURARAN


Dulce Karina Fierros Barquera
Movimiento “Descrecimiento UNAM”



"Es sorprendente como han cambiado las cosas, antes todo duraba más" escuche decir hace ya muchos años a mi madre, cuando miraba su DVD acabado de comprar el cual ya no funcionaba, y por el que cambio su videocasetera, que por cierto aún conservó y que aún sirve, solo que ahora las películas ya no son formato VHS.



Hoy, a pesar de que ya no está, sus palabras retumban a cada momento en mi cabeza, cuando miro la ropa, cuando miro los electrodomésticos, cuando miro los zapatos, en fin, cuando miro a mí alrededor y veo a una sociedad del "uso y desecho" de la satisfacción del momento y no de la felicidad perdurable.

Es entonces que recurro al ropero de mi madre, donde aún se conservan cosas de mis abuelos a quienes no conocí, pero que al ver y tocar sus cosas, los reconozco, porque en ellas se guardo su esencia. Todo lo contrario sucede hoy, las cosas son hechas para cambiarlas tan pronto que ni tiempo da a que en ellas se guarde parte de nosotros mismos.

Hoy vivimos literalmente rodeados de cosas, ya no de recuerdos, de historias, de momentos.

Pero lo peor no es la cantidad de cosas inservibles que consumimos, sino la gran cantidad de desechos que generamos, y aún peor, es la carencia de recursos para obtener más y más cosas.

Vivimos en una insatisfacción tan grande por no adquirir muchas cosas que hemos perdido la concepción de lo que verdaderamente necesitamos, en fin, de lo que es realmente ser feliz.

¿Cómo reencontramos el aristotélico equilibrio entre exceso y defecto? El esfuerzo humano por hacer de este mundo un lugar más habitable, y la terrible facilidad con que el esfuerzo se convierte en sobreesfuerzo, la producción en sobreproducción, el consumo en sobreconsumo...

Y todo este desequilibrio es resultado de que somos una sociedad que ha dejado de creer, que casi todo ( y digo casi todo, porque el valor de oler las flores, mirar los campos, sentir el aire fresco golpear nuestro rostro y mirar al cielo y apreciar la luna, no cuesta más que quererlo) lo verdaderamente valioso de este mundo requiere tiempo y trabajo, pero la infantilizada mentalidad de los ciudadanos, de los individuos de este mundo, convertidos en netos consumidores, es la búsqueda de la satisfacción inmediata al coste que sea, aún cuando el precio que pagamos sea una biosfera destruida, una vida insatisfecha y una vida con carencias no solo de recursos, sino de tiempo.

¿Es entonces un problema de límites? Puede ser que sí. La vida y las cosas son inservibles tan rápido porque así lo ha querido un sistema mercantil donde ya no es la demanda la que dirige la oferta, sino la oferta, esos estantes llenos de mercancía con caducidad mínima en los supermercados, con rebajas impresionantes que duran poco tiempo, son las que marcan la demanda de los consumidores.

Jorge Riechmann expone atinadamente que "Lo queremos todo y lo queremos ahora".

Es entonces que atinadamente me vino a la mente el poema de Eduardo Galeano "Para mayores de 30" periodista y escritor Uruguayo, que quizá en un tono más poético, retoma esta inmadurez en que vivimos, porque madurar, tal como lo expone Wystan Auden citando a Blake en "El niño es el padre del hombre", que madurar significa cobrar conciencia de la necesidad, saber lo que se quiere y estar dispuesto a pagar el precio que ello exige...

Los invito a disfrutar del poema.

“Para mayores de 30”

Lo que me pasa es que no consigo andar por el mundo tirando cosas y cambiándolas por el modelo siguiente sólo porque a alguien se le ocurre agregarle una función o achicarlo un poco.

No hace tanto, con mi mujer, lavábamos los pañales de los críos, los colgábamos en la cuerda junto a otra ropita, los planchábamos, los doblábamos y los preparábamos para que los volvieran a ensuciar.

Y ellos, nuestros nenes, apenas crecieron y tuvieron sus propios hijos se encargaron de tirar todo por la borda, incluyendo los pañales.

¡Se entregaron inescrupulosamente a los desechables! Si, ya lo sé. A nuestra generación siempre le costó botar. ¡Ni los desechos nos resultaron muy desechables! Y así anduvimos por las calles guardando los mocos en el pañuelo de tela del bolsillo.

¡¡¡Nooo!!! Yo no digo que eso era mejor. Lo que digo es que en algún momento me distraje, me caí del mundo y ahora no sé por dónde se entra. Lo más probable es que lo de ahora esté bien, eso no lo discuto. Lo que pasa es que no consigo cambiar el equipo de música una vez por año, el celular cada tres meses o el monitor de la computadora todas las navidades.

¡Guardo los vasos desechables!

¡Los cubiertos de plástico conviven con los de acero inoxidable en el cajón de los cubiertos!

Es que vengo de un tiempo en el que las cosas se compraban para toda la vida!

¡Es más!

¡Se compraban para la vida de los que venían después!

La gente heredaba relojes de pared, juegos de copas, vajillas y hasta palanganas de loza.

Y resulta que en nuestro no tan largo matrimonio, hemos tenido más cocinas que las que había en todo el barrio en mi infancia y hemos cambiado de refrigerador tres veces.

¡¡Nos están fastidiando! ! ¡¡Yo los descubrí!! ¡¡Lo hacen adrede!! Todo se rompe, se gasta, se oxida, se quiebra o se consume al poco tiempo para que tengamos que cambiarlo. Nada se repara. Lo obsoleto es de fábrica.

¿Dónde están los zapateros arreglando las media-suelas de los tenis Nike?

¿Alguien ha visto a algún colchonero escardando colchones casa por casa?

¿Quién arregla los cuchillos eléctricos? ¿El afilador o el electricista?

¿Habrá teflón para los hojalateros o asientos de aviones para los talabarteros?

Todo se tira, todo se desecha y, mientras tanto, producimos más y más y más basura.

El otro día leí que se produjo más basura en los últimos 40 años que en toda la historia de la humanidad.

El que tenga menos de 30 años no va a creer esto: ¡¡Cuando yo era niño por mi casa no pasaba el que recogía la basura!!

¡¡Lo juro!! ¡Y tengo menos de... años!

Todos los desechos eran orgánicos e iban a parar al gallinero, a los patos o a los conejos (y no estoy hablando del siglo XVII)

No existía el plástico ni el nylon. La goma sólo la veíamos en las ruedas de los autos y las que no estaban rodando las quemábamos en la Fiesta de San Juan.

Los pocos desechos que no se comían los animales, servían de abono o se quemaban. De 'por ahí' vengo yo. Y no es que haya sido mejor. Es que no es fácil para un pobre tipo al que lo educaron con el 'guarde y guarde que alguna vez puede servir para algo', pasarse al 'compre y bote que ya se viene el modelo nuevo'. Hay que cambiar el auto cada 3 años como máximo, porque si no, eres un arruinado. Así el coche que tenés esté en buen estado. Y hay que vivir endeudado eternamente para pagar el nuevo!!!! Pero por Dios.

Mi cabeza no resiste tanto.

Ahora mis parientes y los hijos de mis amigos no sólo cambian de celular una vez por semana, sino que, además, cambian el número, la dirección electrónica y hasta la dirección real.

Y a mí me prepararon para vivir con el mismo número, la misma mujer, la misma casa y el mismo nombre (y vaya si era un nombre como para cambiarlo) Me educaron para guardar todo. ¡¡¡Toooodo!!! Lo que servía y lo que no. Porque algún día las cosas podían volver a servir. Le dábamos crédito a todo.

Si, ya lo sé, tuvimos un gran problema: nunca nos explicaron qué cosas nos podían servir y qué cosas no. Y en el afán de guardar (porque éramos de hacer caso) guardamos hasta el ombligo de nuestro primer hijo, el diente del segundo, las carpetas del jardín de infantes y no sé cómo no guardamos la primera caquita. ¿Cómo quieren que entienda a esa gente que se desprende de su celular a los pocos meses de comprarlo?

¿Será que cuando las cosas se consiguen fácilmente, no se valoran y se vuelven desechables con la misma facilidad con la que se consiguieron?

En casa teníamos un mueble con cuatro cajones. El primer cajón era para los manteles y los repasadores, el segundo para los cubiertos y el tercero y el cuarto para todo lo que no fuera mantel ni cubierto. Y guardábamos… ¡¡Cómo guardábamos!! ¡¡¡Tooodo guardábamos!

Cuando el mundo se exprimía el cerebro para inventar encendedores que se tiraban al terminar su ciclo, inventábamos la recarga de los encendedores descartables. Y las Gillette -hasta partidas a la mitad- se convertían en sacapuntas por todo el ciclo escolar. Y nuestros cajones guardaban las llavecitas de las latas de sardinas o del corned-beef, por las dudas que alguna lata viniera sin su llave. ¡Y las pilas! Las pilas de las primeras Spica pasaban del congelador al techo de la casa. Porque no sabíamos bien si había que darles calor o frío para que vivieran un poco más. No nos resignábamos a que se terminara su vida útil, no podíamos creer que algo viviera menos que un jazmín.

Las cosas no eran desechables. Eran guardables. ¡¡¡Los diarios!!! Servían para todo: para hacer plantillas para las botas de goma, para pone r en el piso los días de lluvia y por sobre todas las cosas para envolver. ¡¡¡Las veces que nos enterábamos de algún resultado leyendo el diario pegado al trozo de carne!!!

Yo sé lo que nos pasaba: nos costaba mucho declarar la muerte de nuestros objetos. Así como hoy las nuevas generaciones deciden 'matarlos' apenas aparentan dejar de servir, aquellos tiempos eran de no declarar muerto a nada: ¡¡¡ni a Walt Disney!!!

Y me muerdo para no hacer un paralelo entre los valores que se desechan y los que preservábamos. ¡¡¡Ah!!! ¡¡¡No lo voy a hacer!!! Me muero por decir que hoy no sólo los electrodomésticos son desechables; que también el matrimonio y hasta la amistad son descartables.

Pero no cometeré la imprudencia de comparar objetos con personas. Me muerdo para no hablar de la identidad que se va perdiendo, de la memoria colectiva que se va tirando, del pasado efímero. No lo voy a hacer. No voy a mezclar los temas, no voy a decir que a lo perenne lo han vuelto caduco y a lo caduco lo hicieron perenne. No voy a decir que a los ancianos se les declara la muerte apenas empiezan a fallar en sus funciones, que los cónyuges se cambian por modelos más nuevos, que a las personas que les falta alguna función se les discrimina o que valoran más a los lindos, con brillo,pegatina en el cabello y glamour.

Esto sólo es una crónica que habla de pañales y de celulares. De lo contrario, si mezcláramos las cosas, tendría que plantearme seriamente entregar a la 'bruja' como parte de pago de una señora con menos kilómetros y alguna función nueva. Pero yo soy lento para transitar este mundo de la reposición y corro el riesgo de que la 'bruja' me gane de mano y sea yo el entregado.

Marciano Durán

1 comentario:

Ilihutsy dijo...

Con esta reflexión recuerdo tanto el libro de Lewis Mumford, Técnica y civilización, en el cual recapacita sobre los tres estadios de consumo: el primero donde todo era obtenido directamente de la naturaleza y, si como dice Galeano, heredado. Ejemplos de ello son las plumas de ganso para escribir y los zapatos de madera, los leños como combustible. El segundo está relacionado con fuentes como el carbón y otros minerales, por tanto, las plumas fuente, recargables. Finalmente, en esta etapa del consumo y el desecho, con el petróleo y sus subproductos plásticos, las plumas bic y los zapatos también de plástico...