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30 de marzo de 2010

El Decrecimiento será socialista o no será

23-04-2009


El Decrecimiento será socialista o no será

Enric Mompó
Rebelión


Las teorías del decrecimiento económico, defendidas en su día por Nicolás Georgescu-Roegen, están a la orden del día entre la izquierda anticapitalista europea. Sus defensores resaltan la urgencia de detener el tren desbocado de la economía capitalista, que amenaza con llevar al planeta entero a la catástrofe, para sustituirla por un nuevo modelo social y económico, que sustituya el consumismo y el productivismo atroz, por el ocio, la vida social y el desarrollo de las cualidades humanas. Algunos critican al marxismo por haber asumido el modelo desarrollista del capitalismo, aceptando uno de los principales mitos de éste: el crecimiento como panacea de todos los males.

Sus críticos aluden a los estrechos límites en los que se mueve. Su desarrollo teórico al margen de las relaciones y la lucha de clases, lleva a sustituir el proyecto revolucionario por un llamamiento a adoptar en el seno del capitalismo formas individualizadas de resistencia, basadas en el consumo racional y la vuelta a la agricultura local y ecológica, sin plantear un modelo social y económico alternativo coherente. Los objetivos se alcanzarían mediante un cambio de mentalidad de la mayoría, pero en ningún momento se habla de cómo conseguirlo, especialmente en un mundo en el que el gran capital dispone del poder y de inmensos recursos para manipular a la sociedad. En la problemática norte-sur, la mayoría de los decrecentistas defiende la bandera del etnocentrismo frente al imperialismo cultural del capitalismo occidental. La idealización de las culturas locales no sería otra cosa que el reverso exacto del occidentalcentrismo hoy imperante. Se sustituye la apología del imperialismo cultural, por la exaltación de las culturas autóctonas, como si en éstas no existiera la explotación del hombre por el hombre y no existieran opresores y oprimidos. Está claro que no todo es tan sencillo.

Las teorías del decrecimiento tienen importantes limitaciones y graves contradicciones que hay que cuestionar, pero también debemos rescatar sus virtudes.

Sus más y sus menos

La primera y quizás la más importante es la denuncia de que el capitalismo y su máscara el crecimiento económico indefinido) constituyen una amenaza mortal para el planeta y la humanidad. La necesidad de reproducción infinita del capital se estrella con la tozuda realidad, vivimos en un planeta con enormes recursos, pero limitados. El desarrollismo (en todo el mundo) y el consumismo desenfrenados (en las metrópolis imperialistas y entre las clases dirigentes de los países coloniales y semicoloniales) llevan a la agudización de la depredación de los ecosistemas y al agotamiento de los recursos. En 2004 la huella ecológica de la humanidad era de 1,25 (los planetas como el nuestro necesarios para mantener la producción y el consumo actuales). Pero la huella ecológica de un norteamericano y un afgano no son comparables. Tampoco el consumo de las clases sociales es el mismo. El consumo de la burguesía no es el mismo que el de las clases trabajadoras Para sobrevivir, el capitalismo hipoteca nuestras vidas y también las de las generaciones venideras. Pan para hoy, hambre para mañana Agota los recursos minerales, expolia la biodiversidad sin darle tiempo para recuperarse, contamina el planeta y lo llena de deshechos. El antropochovinismo es la coartada para tranquilizar los temores y la conciencia: cuando se presente el problema, la ciencia y la técnica al servicio del ingenio humano encontrarán la solución. La fe ciega en la ciencia y la técnica no es pensamiento científico, sino superstición.

Otra de las ideas clave del decrecimiento, es la crítica al desarrollismo que durante muchos años hizo suyo el movimiento socialista. No hablamos del ala “izquierda” del capitalismo que, como la actual socialdemocracia pretende transformarlo para hacerlo más tragable, sino de los que pretenden sustituirlo. Esto les ha llevado a hacer una crítica injustificada de Marx y Engels. Es cierto que a lo largo de la historia la mayoría de las corrientes del movimiento socialista abrazaron el modelo desarrollista. El capitalismo era un enorme salto cualitativo de las fuerzas productivas, con respecto al feudalismo y los modos de producción anteriores. La humanidad, por primera vez en su historia, tenía la posibilidad de liberarse de la escasez y la penuria, y de la extrema dependencia de la naturaleza, que le acompañaban desde la noche de los tiempos. Marx y Engels lo comprendieron perfectamente, pero esto no significa que no denunciaran los aspectos negativos (el empobrecimiento de la tierra, la contaminación…). No profundizaron en la cuestión porque en aquella época no constituía una amenaza seria para la supervivencia del planeta. El desarrollo de las fuerzas productivas permitiría la emancipación de la esclavitud del trabajo (de sus aspectos más penosos y alienantes) y la naturaleza (no como su dueño y señor, sino como su gestor, que aprovecha el conocimiento de sus leyes en su propio beneficio, sin destruirla, ni perjudicarla). No se les puede atribuir los errores que cometieron sus seguidores.

Hay que encuadrar cada situación en su momento histórico, sino corremos el riesgo de no entender nada. La mejora de las condiciones de vida de los trabajadores y la mayoría de la sociedad estaba asociada a la superación del capitalismo, que permitiría un nuevo desarrollo de las fuerzas productivas. Esto hizo que muchos socialistas abrazaran el modelo desarrollista, como una especie de cornucopia moderna que llevaría a la humanidad a la sociedad de la abundancia sin fin y les impidió comprender los aspectos destructivos que se acumulaban con el capitalismo. Socialismo era más de todo para todos. La era de las conquistas científicas y tecnológicas prendió en la mayor parte del movimiento socialista, que hizo suyo la noción capitalista del progreso y la exaltación de la inteligencia humana como fundamento del nuevo pensamiento mágico. Pero también hubo corrientes minoritarias que se plantearon la cuestión. Todo esto está ampliamente desarrollado por John Bellamy Foster en su libro “La ecología de Marx”[1]y no es necesario que nos extendamos más.

La revolución bolchevique tuvo como tarea prioritaria crecer, porque el primer paso para su supervivencia era escapar de la miseria generalizada, que el feudalismo zarista primero, la I Guerra mundial y la guerra civil después, habían provocado. El socialismo no podía ser la socialización de la miseria. Lo que correspondía en aquel momento era el desarrollo planificado, democrático y participativo. Lamentablemente la revolución no escoge los escenarios en los que se desarrolla. Ideas tan admirables como la “democracia obrera” y “el control y la participación de los trabajadores en las fábricas y el destino del país”, casaban mal con la realidad de una Rusia feudal y analfabeta. La que tenía que ser la primera dictadura del proletariado (es decir, del 90% de la sociedad) se transformó en una siniestra y sanguinaria dictadura sobre el proletariado. La carrera entre la URSS y el capitalismo, para demostrar qué modelo era más eficaz en el crecimiento fue una aberración del estalinismo, para justificar la razón de ser de la casta burocrática que usurpaba el nombre del socialismo. En esa carrera el capitalismo demostró ser más eficaz, hasta el punto de convertir la vorágine productivista en un peligro para todos.

El socialismo no compite con el capitalismo para ver quien crece más. Abre la vía a una realidad cualitativamente distinta: la de la planificación solidaria, democrática y participativa de la producción, la de la economía al servicio del ser humano (y no al revés). La libertad y la felicidad consisten en la satisfacción de las necesidades reales de las personas y en la potenciación de sus cualidades, y no pueden basarse en un modo de producción que inventa cada día nuevas necesidades para que la gente produzca y consuma más y más, en una carrera demencial hacia la nada, que sólo beneficia al capital.

Algunas de las posiciones más extremas de los teóricos del decrecimiento corren el peligro de caer en el antiindustrialismo. El capitalismo pretende justificarse con el mito del crecimiento ilimitado como la senda hacia el paraíso de la abundancia infinita, y con el de que, gracias a la ciencia y la técnica, siempre se encontrará una solución a los problemas. Cuando hay malas noticias (cambio climático, agotamiento de los recursos) a veces existe la tentación de querer matar al mensajero. Industria, crecimiento y desarrollo, ciencia y técnica, son conceptos vacíos si no los situamos en un momento y en manos de una clase social concreta. Los instrumentos no son buenos, ni malos, todo depende de lo que pretendamos conseguir. La ciencia y la técnica al servicio del capital pueden destruir el mundo, pero también pueden ayudarnos a preservarlo y a regenerarlo, si el objetivo es el beneficio de la humanidad y su entorno. Si crecer implica expoliar la naturaleza, con el objetivo de obtener ganancias inmediatas, sin que importen las consecuencias, es negativo; pero si crecer implica aprender las leyes de la naturaleza en nuestro beneficio, conscientes y responsables de que hay que preservarla para las generaciones venideras, no hay nada que decir.

El crecimiento de las fuerzas productivas que supuso el capitalismo fue positivo en su momento, porque permitió a una parte de la humanidad mejorar su calidad de vida. El objetivo del socialismo y los movimientos antiimperialistas fue que estas mejoras pudieran llegar a todos y no sólo a una minoría. El contexto ahora es más complicado. Los primeros intentos de llevar a cabo el socialismo fracasaron, y el capitalismo en plena senilidad ha pasado de ser un factor positivo a convertirse justo en lo contrario.

¿Capitalismo o socialismo?

El crecimiento capitalista no es la panacea de los males de la humanidad, sino una de sus causas. Pero ¿Cómo superar el capitalismo? Una cuestión en la que existe una gran confusión y que el fracaso histórico en la construcción del socialismo no ayuda a aclarar. Los partidarios del decrecimiento han lanzado esbozos interesantes sobre algunas cuestiones, pero se escabullen a la hora de plantear un modelo de sociedad.

¿Capitalismo o socialismo?, ¿Defendemos la posibilidad de reformar el capitalismo o asumimos que la sociedad que defendemos está en abierta ruptura con él? A lo largo de ciento cincuenta años los partidarios de reformar el capitalismo han acabado convirtiéndose en sus más firmes defensores. ¿Puede existir un capitalismo que no sea la dictadura del capital? No, incluso en las “democracias” más “avanzadas” las leyes del mercado, es decir, las necesidades de reproducción infinita del capital, son las que imperan, las que derriban y ponen gobiernos, las que hunden y levantan países y las que condenan a millones de personas a la miseria. El emperador Obama fue puesto en el trono por obra y gracia del espíritu del capital, y es él y sólo él, el que decidirá si continúa o tiene que ser destronado. El capitalismo que existe (algunos se empeñan en llamarle neoliberalismo) es el único capitalismo posible, porque es el que obedece más fielmente las necesidades del capital.

Entonces ¿porqué añadir más confusión?, no puede existir una sociedad del ocio, vida social y altruismo en su seno, ni tampoco un consumo responsable (salvo como una opción individual o claramente minoritaria, muy loable pero totalmente insuficiente). No puede existir un capitalismo verde, o ecológico que sea consecuente y no una máscara para vender más. No, por la sencilla razón de que esas cuestiones están en abierta contradicción con sus leyes. El consumo responsable, la lucha eficaz por el medio ambiente, el fomento de la fraternidad sólo serán posibles, en una sociedad en la que no imperen las leyes del capital, el socialismo (a todos nosotros nos toca darle contenido).

Veamos dos ejemplos. Recientemente el profesor Carlos Taibo[2], al que admiro por muchos de sus trabajos, defendía entre otras cosas, la idea de reducir el horario laboral recortando los salarios, para crear más puestos de trabajo (asegurándose de que el dinero irá a parar a los trabajadores y no a los empresarios). ¿Quién le pone el cascabel al gato?, ¿la democracia?, ¿la constitución? ¡La idea que hay que defender es justamente la contraria!, hay que recortar las horas de trabajo, pero sin reducción de los salarios (salvo para una minoría, el poder adquisitivo de los salarios no permite grandes alegrías). El salario de los que se reincorporen a los nuevos puestos debe venir de las ganancias empresariales. No es nuestra función hacer de consejeros del capital. La escala móvil de horas de trabajo y de salarios, tan olvidadas hoy día, tenían la virtud de desarrollar la conciencia de los explotados. Pedirle a los trabajadores que acepten voluntariamente la reducción de sus ya reducidos salarios, con la idea de que el dinero no da la felicidad ralla el absurdo. Ellos le contestarían: ¿La crisis? ¡Qué la paguen los ricos!

También no hace mucho, en una entrevista en El País a Serge Latouche[3] , le preguntaron si sus teorías no eran algo utópicas. El teórico se descolgó diciendo. “Es una revolución y toda revolución implica un cambio de mentalidad”, para después hablar de la revolución de mayo de 1968 “que no fue violenta” (por si alguien se asustaba ante el término), “cuando la gente salió a la calle a pedir otro modelo de vida. No fue un cambio tan espectacular como la revolución francesa, pero sí trajo transformaciones. El planeta necesita que cambiemos de estilo de vida”. Los límites de mayo del 68 marcaron su fracaso y la vuelta de De Gaulle al poder. Las transformaciones a las que alude fueron un simple maquillaje para el capitalismo francés siguiera intacto. Un cambio de la conciencia de la mayoría es necesario, pero no es suficiente, sino se encarna. Una revolución es el parto de una nueva sociedad, no una operación de cirugía estética. ¿Violencia? Depende. Eso sí, no la deseamos. En cualquier caso, la encarnación de esa conciencia no puede ser obstaculizada por una minoría que se resista a perder sus privilegios. Mientras tanto hay que tener claro que, con los mecanismos de la democracia burguesa se pueden ganar batallas pero no la guerra. No despreciamos las batallas, pero no tenemos que perder de vista que el objetivo de cada batalla, es ganar la guerra.

(Publicación EN DEFENSA DEL MARXISMO)
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[1]JOHN BELLAMY FOSTER. “La ecología de Marx”. Materialismo y naturaleza. Ed. El Viejo Topo.España 2004.
[2] CARLOS TAIBO. Rebelión. En Defensa del decrecimiento.23.03.09
[3] SERGE LATOUCHE. El País, 30.03.09

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